En un principio, iba a realizar el artículo sobre la injusta, a mi parecer, política fiscal que hay en España. Siendo el quinto país en Europa en el que más esfuerzo fiscal soportan los ciudadanos. Personalmente, no entiendo una sociedad democrática sin impuestos. Mi pensamiento dista bastante del liberalismo radical, difiriendo sobretodo en las ideas referidas al ámbito social, apostando por un individualismo extremo, haciendo caso omiso en ocasiones a que se vive en sociedad y rechazando otras muchas todo tipo de políticas fiscales que permiten una aportación de los ciudadanos para mantener una sociedad libre. Quiero hacer hincapié en esta última frase: “aportación de los ciudadanos por mantener una sociedad libre” no “aportar entre todos a la sociedad”. Es decir, evitar el pago de impuestos de carácter coactivo por parte del Estado y promulgar un pago de impuestos destinados a cubrir el “servicio público” ejercido por el Estado que permiten el cumplimiento de las leyes. Estos impuestos tienen que ser cobrados de forma irremediable para poder evitar la corrupción en las instituciones encargadas de llevar estas funciones a cabo, así como negar la opción de que los ricos estuviesen protegidos contra la ley corrompiendo a los jueces y tuviesen su propia milicia simulando policías y ejército; formándose así, un panorama de señores de la guerra, muy poco favorable para mantener una sociedad libre. Además, contribuir entre todos a sufragar mediante impuestos los jueces y ejército (policía), no es otra cosa que abogar por la defensa de la propiedad privada, pieza fundamental en el pensamiento del libre mercado. Siendo estos dos cuerpos del estado los encargados de proteger al individuo de cualquier otra persona que quisiera atentar contra su propiedad individual. Un planteamiento similar era el propuesto por Ludwig Von Mises en su libro Human Action: A treatise on Economics, dónde afirma que la labor del Estado es garantizar ese orden social.
Lo anteriormente explicado muestra mis convicciones acerca de cuál creo que sería la mejor forma de alcanzar y mantener una sociedad libre, mediante el uso de medidas económicas: Abogar por un Estado focalizado en respetar y salvaguardar la propiedad privada y libertad individual. En definitiva, al cuidado del orden impuesto y preservado por las leyes. Confiando o idealizando que estas apostasen por el libre mercado en materia económica y que respetarán la dignidad humana, en materia global. Esto conlleva respetar el trabajo del individuo y apoyar que pueda llevar a cabo sus ideas empresariales y ambiciones, que al final son el catalizador de toda economía y lo que permite a la sociedad prosperar. Para ello, hay que limitar el poder coactivo de los gobiernos, que de manera indirecta con el robo que representan muchas veces los impuestos sobre la renta del trabajador y teniendo en cuenta el uso que da el Estado de ellos, atentan contra la dignidad humana y el respeto a su trabajo. El modelo económico que más se acerca a estas, mis ideas, pienso que es el ordoliberalismo o economía social de mercado. Si bien es cierto que no defiende al cien por cien mi visión en lo relacionado a la política fiscal, en la social se asemeja mucho. Su similitud con el liberalismo es alta, pero, el ordoliberalismo sugiere la intervención del Estado en la economía para regular los fallos de mercado -donde la asignación de bienes y servicios no es Pareto eficiente, conduciendo muchas veces a una pérdida neta de valor económico- , evitando así escenarios negativos para la economía. Podríamos utilizar una analogía de un árbitro en un partido de fútbol para entender mejor esto. El árbitro (Estado), pone las reglas y se encarga de hacer que estas se cumplan y que ningún jugador tenga una conducta inapropiada que no beneficie al juego (mercado). Si el árbitro desempeña bien su función evitará amaños de partidos, expulsará al que se salte las reglas o trate de manera injusta al rival asegurándose que la competición sea lo más justa posible. Logrando este papel del Estado se evitarían por ejemplo posiciones proteccionistas e intervencionistas que beneficiarán a las grandes corporaciones y a la banca deteriorando el sistema competitivo de mercado o monopolios que no son beneficiosos para el cliente.
El ordoliberalismo fue el encargado de obrar “el milagro económico alemán” de la mano de Ludwig Erhard y también, en mayor o menor medida, se nota su influencia en Alberto Ullastres uno de los ministro encargados de implantar el Plan de Estabilización de 1959 en España. Este último, denominó al fruto de su actuación como el nuevo orden económico de competencia, en el que el papel del Estado queda relegado a poco más que a su preservación y a redistribuir la riqueza. El ordoliberalismo aplicado en su vertiente más ‘pura’ hizo que la Alemania Occidental de la posguerra pasase de estar en ruina económica a ser la mayor potencia económica de Europa, de la mano de Ludwig Erhard que cuando llegó a ministro comenzó a aplicar este modelo económico. Una de las medidas que aplicó fue una reforma judicial que incluía una reducción en el impuesto sobre la renta del 30% generando un aumento del PIB alemán de más de un 53% en los siguientes 6 meses. Este crecimiento se sostuvo con el paso de los años, aunque la política fiscal alemana ha ido teniendo sus variaciones siempre ha sido fiel a las ideas del ordoliberalismo de una manera más o menos clara. Además, el ordoliberalismo fomentó, en cierta medida, la aparición de las mittelstand, concepto clave de la economía actual alemana y claro ejemplo de cómo el Estado haciendo uso de los sindicatos, puede defender a los trabajadores sin tener que, por ello, perjudicar a las empresas. A todo esto, no hay que olvidar que la cabeza pensante de las reformas liberalizadoras que transformarían Alemania fue Wilhelm Röpke, mostrando a los liberales como ir mas allá del mercado de la oferta y la demanda e inculcó a los conservadores la importancia vital de la libertad económica.
Wilhelm Röpke fue el hombre que para mí, más se acercó a la idea de cuál sería la mejor forma de aplicar la economía en un país: cuidando un mercado libre y competitivo, pero sin perder de vista su complementación con la filosofía, derecho y la historia. La defensa de las instituciones centrales de los mercados es clave para garantizar un mercado libre, por eso, cuando Keynes comenzó a apostar por un intervencionismo marcado, Röpke no dudó en afirmar que aquello atenta directamente contra los vínculos entre libertad y responsabilidad personal. Por desgracia, el pensamiento Keynesiano hoy en día ha tomado mucha fuerza en las economías y los gobiernos, que en demasiadas ocasiones hacen uso de políticas intervencionistas soportando deudas que a la larga no hacen más que empobrecer al ciudadano. La corrección y moderación de una sociedad comercial agresiva no puede ir asociada al gobierno, ya que puede llegar a corromper a las instituciones morales, sociales, legales e incluso religiosas; cuando tendrían que ser estas últimas las encargadas de esa función. Personalmente, estoy en contra de un capitalismo agresivo al igual que Röpke, defendiendo una interconexión entre los mercados y las bases sociales y morales, más efectivas a mi parecer, que un compromiso abstracto con la ‘libertad’. Defendiendo a su vez, las condiciones y bases anteriores necesarias para mantener una sociedad libre, que distan de tener su punto de referencia meramente en el aspecto económico. La defensa de la libertad económica es fundamental, pero por si sola dista mucho de ser suficiente. Estas condiciones y bases son instituciones como la familia, el sentido de pertenencia a una sociedad o comunidad de personas y valores como el trabajo, la solidaridad y la ambición queriendo hacer mejorar tu entorno y tu sociedad. Desgraciadamente, hoy en día estas bases se están viendo degradadas por un Estado de Bienestar descontrolado, que aboga por cortar las raíces del sentimiento de pertenencia y dependencia del individuo hacia su familia y sociedad, así como, banalizar las creencias hacia los valores que hacen a una sociedad libre y capaz de avanzar. Pero, el Estado de Bienestar, muchas veces enfocado de manera errónea por los dirigentes políticos, no busca solo desprender de todo esto al individuo, sino que busca más bien sustituir esa dependencia hacia las bases primordiales por una dependencia hacia el propio Estado. Esto lo logra inculcando una cultura de un ‘Papá Estado’ que va a estar ahí cuando lo necesites y va a ayudarte mediante subvenciones y ‘paguitas’, asegurándote que no te va a faltar de nada y engañándote para que haciendo uso de tu voto lo perpetúes en el poder. Por esto, muchas veces las políticas de economía pública excesivamente intervencionistas en el mercado pueden tener un gran riesgo. Primero, entorpeciendo y dificultando una verdadera libertad económica; segundo, previniendo que el individuo se desarrolle plenamente haciendo uso de sus capacidades para aportar de la manera más plena posible a la sociedad. Esto, Röpke lo resumió en una frase que a modo personal me parece muy acertada: “en lugar de Dios hemos establecido el culto al hombre…sus logros técnicos y su Estado”. Al concepto ‘Dios’ se le puede dar un sentido religioso o puramente humano con su respectivo componente esencial en la dignidad y libertad humana. Hoy en día este pensamiento coge fuerza de la mano de Keynes. No es de extrañar que su cita: “en el largo plazo, estaremos todos muertos” haya sido tan conocida e incluso economistas modernos se acojan a ella como ‘modus operandi’ de filosofía en sus vidas. La idea de un total sentido de individualidad y cero compromiso para con la sociedad actual, pero sobretodo futura. Esta idea fue cogiendo fuerza desde el Antiguo Régimen y es un reflejo del lema: ‘Apres nous le deluge’. Lema que se podría catalogar como la deriva suicida de la modernidad y de un capitalismo agresivo y despreocupado de su entorno, lema inducido a fin de cuentas por una malinterpretación del fantasma de la libertad. Una libertad asociada a una despreocupación extrema, de un carpe diem y un estilo bohemio de vida característico de las nuevas civilizaciones ilustradas. Llevándolo al plano económico, este pensamiento genera a los individuos vivir de manera que tener deudas es positivo y ahorrar en aras de un futuro mejor seguro para su familia y las personas que vengan detrás suya, pecado mortal.
Por todo esto, creo que el papel del Estado tiene que estar delimitado en la economía y la sociedad, ser un mero árbitro encargado de asegurar que las leyes puestas en común se cumplan y de que se respete, ante todo, la dignidad humana y libertad individual. El papel intervencionista mediante medidas públicas económicas en la sociedad tiene que ser cuanto más limitado mejor. No solo porque coarta la libertad económica y en muchos casos la libre competencia, sino también porque de manera indirecta puede llegar a coartar la libertad individual de aquellas personas que carecen de criterio propio y pueden ser más fácilmente manipulables. Aquellas personas que son las mas débiles en una sociedad y que el Estado de Bienestar les ha hecho creer que si son afines a él van a poder sobrevivir; lo que no saben es que será a costa de su libertad.